Historia de navidad
Se pasó una hora buscando el calcetín rojo hasta que por fin lo encontró bajo la colcha de la cuna de Guillermo.
Pablo había llegado a casa a media tarde y había insistido a su madre en varias ocasiones para que se acordara de poner su calcetín debajo del árbol. De no ser así, Papá Noel no le dejaría sus regalos, esos que había estado deseando tener desde que le escribió la carta unas semanas atrás.
Pablo había pensado en toda su familia a la hora de escribirle la carta a Papá Noel. Había pedido un jersey blanco para su madre, aquella corbata azul que tanto le había gustado a su padre en la tienda que hay enfrente de la Iglesia, el Osito Píntame para el pequeño Guillermo y, por último, una bicicleta nueva con la que poder acompañar a su padre cuando éste salía a dar un paseo por la montaña.
Cuando terminó de cenar, Pablo buscó su calcetín rojo por todos los rincones de la casa que se le iban ocurriendo.
Buscó en su caja de legos, en la caja de juguetes (la mayoría eran coches) que siempre tenía bien recogida en el salón, en el cesto de la ropa sucia, e incluso en la bolsa llena de lanas de colores que la abuela había olvidado el domingo pasado en su casa.
Pero el calcetín no aparecía.
Como se estaba haciendo tarde, Mara, su madre, lo mandó a dormir con la firme promesa de que encontraría su calcetín antes de que Papá Noel llegase esa noche.
Mara comprobó el cuarto de baño, los juguetes de Pablo, los de Guillermo, movió los cojines del sofá, e incluso se asomó debajo de los sofás por si el calcetín estaba allí.
Mara ya no sabía dónde buscar. Para colmo, Guillermo se acababa de despertar llorando así que fue a su cuna para calmarlo y cuando se estaba acercando a ella vio algo rojo que salía por debajo de las mantas de la cuna.¡Era el calcetín!
Claro, los dos hermanos habían estado jugando por la mañana y Pablo debió perder ahí su calcetín rojo.
Ahora sí podía irse a dormir habiendo cumplido su promesa y convencida de que esa noche Papá Noel no se olvidaría de dejarle a Pablo todos los regalos que había pedido.
Pablo había llegado a casa a media tarde y había insistido a su madre en varias ocasiones para que se acordara de poner su calcetín debajo del árbol. De no ser así, Papá Noel no le dejaría sus regalos, esos que había estado deseando tener desde que le escribió la carta unas semanas atrás.
Pablo había pensado en toda su familia a la hora de escribirle la carta a Papá Noel. Había pedido un jersey blanco para su madre, aquella corbata azul que tanto le había gustado a su padre en la tienda que hay enfrente de la Iglesia, el Osito Píntame para el pequeño Guillermo y, por último, una bicicleta nueva con la que poder acompañar a su padre cuando éste salía a dar un paseo por la montaña.
Cuando terminó de cenar, Pablo buscó su calcetín rojo por todos los rincones de la casa que se le iban ocurriendo.
Buscó en su caja de legos, en la caja de juguetes (la mayoría eran coches) que siempre tenía bien recogida en el salón, en el cesto de la ropa sucia, e incluso en la bolsa llena de lanas de colores que la abuela había olvidado el domingo pasado en su casa.
Pero el calcetín no aparecía.
Como se estaba haciendo tarde, Mara, su madre, lo mandó a dormir con la firme promesa de que encontraría su calcetín antes de que Papá Noel llegase esa noche.
Mara comprobó el cuarto de baño, los juguetes de Pablo, los de Guillermo, movió los cojines del sofá, e incluso se asomó debajo de los sofás por si el calcetín estaba allí.
Mara ya no sabía dónde buscar. Para colmo, Guillermo se acababa de despertar llorando así que fue a su cuna para calmarlo y cuando se estaba acercando a ella vio algo rojo que salía por debajo de las mantas de la cuna.¡Era el calcetín!
Claro, los dos hermanos habían estado jugando por la mañana y Pablo debió perder ahí su calcetín rojo.
Ahora sí podía irse a dormir habiendo cumplido su promesa y convencida de que esa noche Papá Noel no se olvidaría de dejarle a Pablo todos los regalos que había pedido.
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