Flechazo en el banco.
Aquella mañana, en el banco… Eras tú, lo sé porque nunca
podré olvidar esa sonrisa que iluminó la oficina en cuanto pasaste por la
puerta. Camiseta negra, vaqueros desgastados, botas y unas gafas de sol que
escondían los ojos marrones más bonitos que he visto en mi vida.
Tenías prisa y lo hacías notar. No parabas de moverte, de
mirar el reloj y de comprobar la hora en el móvil. Te llamaron un par de veces
mientras esperabas y tú cada vez te impacientabas más.
Por mi parte, yo quería que no llegase tu turno para poder
seguir contemplándote. Para poder mirarte una vez más, deseando que tú me
mirases también y poder conectar de algún modo contigo.
Pero no lo hiciste. Llegó tu turno y pagaste la inscripción
de tu hijo de 3 años en la escuela de natación. Cuando estabas sacando el
dinero llegó tu novia, y entonces quise que no me mirases, que no vieses la
decepción en mi mirada. Que no vieses que existía.
Y os fuisteis. Cogidos de la mano. Deshaciéndoos en
carantoñas que quería para mí. Os fuisteis.
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